viernes, 4 de junio de 2010

Por teorías/metodologías promiscuas. Por Giancarlo Cornejo

“El trabajo teórico nace de las luchas y debe volver a las luchas”
(Michel Foucault citado en Eribon 2004a: 39).

Lejos de intentar reificar la dicotomía investigador/activista, que se basa a su vez en la positivista escisión entre ciencia e ideología, quisiera presentar algunos de los retos que creo que los movimientos de la diversidad sexual o LGTBI plantean a cualquier investigador/a. Y que ciertamente a mí (como mi compañero Marten) se nos han planteado al intentar hacer una investigación sobre el movimiento LGTB peruano.

La noción “movimiento social” es pocas veces problematizada. En sus usos más cotidianos es citada y citada, pero a veces de lo que no caemos en cuenta es que es una categoría generizada, y basada en una dicotomización del género. “Movimiento” o “activismo” en oposición a “inercia” y “pasividad”. Estas ultimas nociones atribuidas ampliamente a los cuerpos de mujeres y de personas no heterosexuales. Y que duda cabe que los movimientos feministas y LGTBI han demostrado que la creencia de que se ha trascendido el género, o de que se puede hablar desde fuera del género (sea el que sea), es un lujo que solo se pueden dar muchos arrogantes hombres heterosexuales.

Esta reduccionista dicotomía invisibiliza y niega muchas posibilidades de resistencias en la “pasividad”, en la citación de las normas, en los silencios, por mencionar algunos ejemplos. Y además por lo general supone que los y las activistas han escapado a las relaciones de poder a las que se oponen. Y ciertamente ése no es el caso. Así se llega a la paradójica, y falsa, conclusión que estos movimientos están llamados a emancipar a las masas colonizadas.

Y digo paradójica, porque sí hay algo que los movimientos sociales han cuestionado es precisamente la “inocencia” del “representar”, del “dar voz”, del “dar testimonio” y sobretodo del “empoderar” (Lather 2008). Todas estas formas de relacionalidad han sido desenmascaradas por los movimientos sociales como formas en que (potencialmente) se reproducen relaciones colonizadoras.

Los movimientos sociales también nos recuerdan la necesidad de escribir con ellos, desde ellos y para ellos, y más en contextos como el contemporáneo en los que la exclusión y la violencia son las formas hegemónicas de relacionalidad. Pero para que esta posición sea una verdaderamente democrática tiene que problematizarse y plantearse siempre como pregunta. Uno escribe con ellos pero esto no supone renunciar a la crítica. Basta recordar que, como afirma Ranciere, el desacuerdo es esencialmente político. Y los activistas no somos una “familia feliz”. Uno escribe desde algún(os) sector(es) de los movimientos sociales, porque evidentemente no son un todo homogéneo. Y efectivamente uno escribe para los movimientos sociales, pero este para no puede asumirse como la satisfacción de los más inmediatos deseos de las personas que hacen los movimientos sociales. De hecho, la temporalidad de este “para” no está anclada en un presente inmediato sino en un angustiante pero también habilitante futuro. Esta salida evidentemente no es muy reconfortable, ya que basta reconocer que hay muchas vidas que son tan precarizadas que no llegarán a ver ese ni ningún futuro.

Pensar el movimiento LGTBI como identitario no es del todo incorrecto. Evidentemente se trata de un movimiento de identidades que no solo son estigmatizadas, sino que en muchos casos ni siquiera son reconocidas como humanas. Suena exagerado, pero creo que no se trata de que a las personas LGTBI la mayoría de personas del mundo no nos quieran, sino que ni siquiera nos quieren vivos.

No obstante, sí por movimiento identitario se le entiende como un movimiento “particular” que no busca redistribución económica se cae en un grave error. Con la politización de lo “personal”, los movimientos feministas y LGTBI desenmascararon como insostenible la dicotomía reconocimiento/redistribución, cultura/economía. No hay distribución de capital que no sea racializada, generizada o sexualizada.

Y cuando hablo de identidades, no me refiero solo a identidades que siempre preexistan al movimiento social, sino que estos movimientos también producen identidades. Esto que podría ser parafraseado como la performatividad del género puede ser graficado por la incipiente constitución de un “activismo pasivo”. En muchos de los viajes que hicimos, varios activistas gays y trans no dudaban en definirse como pasivos (sexualmente), y en categorizar a sus amantes como activos. No obstante, no identificaban a activos en el “activismo”, solo pasivos (en su referencial más anal posible).


Ahora conviene hablar un poco más de los procesos metodológicos del proyecto. La investigación tiene dos autores, y dos autores maricas. Se puede argumentar que esto es una forma de cuestionar el privilegio de la producción de conocimiento que supone la heterosexualidad normativa. No obstante, esto no quiere decir tampoco que esto sea una garantía de que no se reproducirán relaciones de colonialidad. De hecho, Marten y yo, tratamos en nuestras prácticas como investigadores de cuestionar la dicotomía de teórico europeo y asistente del “tercer mundo” que aplica metodología; y de reconocer los diferenciales de poder de la categoría” diversidad sexual “ o “movimiento lgtbi”, y las relaciones de violencia que probablemente toda etnografía implique.

Hemos hecho cerca de 140 entrevistas en 25 ciudades del Perú a activistas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, transexuales, trabajadoras sexuales, personas viviendo con VIH. Además etnografías más “participantes”. Pensamos incluir extractos autoetnográficos para marcar los lugares desde los que hablamos y producimos datos. El texto que imagino es uno fronterizo, que en la línea de Gloria Anzaldúa plantee los cuerpos, conocimientos, textos e identidades como fronteras.

Cuando yo empecé a vincularme al mencionado movimiento, hace aproximadamente ocho años, aprendí rápidamente de ellos (especialmente de los colectivos organizados de travestis y transgénero) que la radicalidad para nosotrxs no es un lujo, es una necesidad.

Quiero vincular esta radicalidad con la de teóricas como Monique Wittig, para quien el pensamiento heterosexual era transversal a prácticamente todas las disciplinas teóricas, y estaba basado en el principio de que lo que funda la sociedad y la cultura es la heterosexualidad. Creo que la radicalidad del movimiento LGTBI demanda prácticas promiscuas, teorías promiscuas, políticas promiscuas, metodologías promiscuas, epistemologías promiscuas y ciertamente cuerpos promiscuos.

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